martes, 30 de noviembre de 2010

El impacto de la Palabra

Una exposición de Mateo 7:28 y 29

La exposición fiel de la Palabra de Dios y la reacción de los oyentes a ella, son dos asuntos que van de la mano. La exposición bíblica debe generar cambios verdaderos y duraderos en los oyentes. Por supuesto, los cambios genuinos y duraderos ocurrirán sólo cuando en la predicación haya fidelidad a la Palabra de Dios y sensibilidad a las necesidades humanas.


Este ensayo pretende reflexionar un poco sobre el tema del impacto de la Palabra, basado en la conclusión escrita por Mateo en ocasión de ese inigualable discurso de Jesús conocido como El sermón del Monte. Los versículos de Mateo y 29 constituyen un comentario personal del narrador del Evangelio (el evangelista Mateo), para expresar en forma resumida la reacción de los oyentes de Jesús ante el discurso que acababa de pronunciar (Mateo 5:3 a 7:17). Así que, la reflexión en este trabajo estará centrada no en el discurso propiamente dicho, sino en la reacción que éste generó en los oyentes. Por supuesto, será necesario reflexionar un poco sobre los asuntos principales que se presentan en el discurso, pues sin duda estos generaron la reacción reflexiva que registra el narrador. Nuestra premisa básica en este ensayo es que la exposición fiel de la Palabra de Dios debe transformar la vida de los oyentes. Por lo menos debe moverlos a pensar, a fin de que decidan actuar en obediencia a la Palabra de Dios.

Es claro que en Mateo 7:28 y 29 el autor resume su apreciación respecto a los resultados inmediatos del mensaje que Jesús acababa de pronunciar ante sus discípulos y la multitud que lo oía. En verdad, no se trata exactamente de la reacción de sus discípulos, ya que el texto dice que las multitudes se asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad... (NVI). Por supuesto, los discípulos estaban presentes y seguramente Mateo los incluyó en este comentario. Lo cierto es que no solamente toda la gente estaba admirada de cómo les enseñaba... (v. 28), sino que cuando bajó del monte, mucha gente le siguió (8:1).

En este texto, Mateo hace una evaluación tanto del sermón y sus resultados, como del orador y los oyentes. Según la redacción de la Nueva Versión Internacional, el texto se lee así: Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, las multitudes se asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley. Con estas palabras termina el episodio que comenzó en 5:1. En realidad, a excepción de la primera cláusula, el texto se puede tratar como un comentario editorial de Mateo, que presenta las siguientes afirmaciones:

1. [Jesús concluyó su enseñanza dada en este discurso (v. 28a).]
2. Toda la gente estaba admirada de la manera como Jesús enseñaba (v. 28b).
3. La enseñanza de Jesús era dada con autoridad (v. 29a).
4. La enseñanza de Jesús no era como la de los maestros de la ley (v. 29b).

Tal como se lee, en este texto hay una sola oración con cuatro cláusulas. La cláusula principal es ésta: las multitudes se asombraban de su enseñanza (v. 28b). Quedan tres cláusulas en el texto. La primera es una descripción introductoria respecto al tiempo cuando ocurrió la reacción de los oyentes: cuando Jesús terminó de decir estas cosas (v. 28a).[1]  La tercera y la cuarta claramente expresan razones: porque les enseñaba como quien tenía autoridad (v. 29a) y [porque les enseñaba] no como los maestros de la ley (v. 29b). La enseñanza que el autor quería transmitir a sus oyentes era que Jesús ciertamente era el Mesías prometido, que en este caso se presentaba como un Maestro que hacía impacto con su mensaje. Pero Mateo escribe para los cristianos de su generación unos cuantos años después que Jesús pronunció este discurso. ¿Qué quería comunicar el autor al insertar este texto en su relato? ¿Cuál es el principio que enseña para las generaciones posteriores? Sobre la base del análisis de este texto, propongo que mediante la predicación del evangelio los oyentes deben ser impactados con la autoridad de la Palabra de Dios. Esta autoridad se revela tanto en las palabras como en la vida del predicador.

El hincapié del texto está en la segunda parte del v. 28: las multitudes se asombraban de su enseñanza. Una vez terminado el discurso, los oyentes quedaron admirados, verdaderamente impresionados, con la enseñanza de Jesús. Su mensaje hizo un tremendo impacto en los oyentes. Los hizo reflexionar sobre sus vidas y sobre la vida y acción de sus maestros. En este sentido, Mateo recoge la impresión de los oyentes con dos razones contrapuestas: porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y [porque les enseñaba] no como los maestros de la ley. Jesús no se parecía a los maestros tradicionales que el pueblo estaba acostumbrado a escuchar. Claro, Jesús no solamente les enseñaba con autoridad, sino que él mismo era la autoridad. ¡Él era el Mesías prometido!

A estas alturas de nuestro análisis ya podemos sospechar con buenas bases, que este breve comentario de Mateo provee unos principios sumamente importantes para la vida y misión de la iglesia contemporánea, tanto para quienes exponen la Palabra de Dios como para quienes la escuchan. Pero antes de reflexionar sobre estos principios, es necesario tratar de responder una pregunta obligada en un análisis como éste.[2]  La pregunta que debemos tratar de responder es ésta: ¿Por qué insertó Mateo este discurso en este punto de su narrativa?[3]

En realidad, la pregunta anterior genera otras no menos importantes que se deben tomar en cuenta: ¿Qué quería enseñar Mateo a sus lectores originales con este episodio de los capítulos 5 al 7 de su Evangelio? ¿Dónde está el hincapié del episodio: en los oyentes o en el ponente, en los discípulos o en Jesús?[4]  De acuerdo con el contexto general dentro la narrativa y la intención del autor con ésta, el hincapié está en Jesús y su ministerio. Con su versión del evangelio, Mateo quería mostrar que Jesús es el Mesías prometido y que la iglesia debe continuar la obra que él comenzó. Para tal efecto, no sólo respalda constantemente su mensaje con afirmaciones del Antiguo Testamento,[5] sino que interpreta el ministerio de Jesús en términos de la proclamación del reino de Dios y los valores de vida que éste promueve.[6]

Bien puede decirse que con este episodio (Mateo 5:1-7:29) el autor intenta mostrar que Jesús, el Mesías prometido, es un verdadero Maestro para el pueblo, tal como lo acababa de resumir (4:23 comp. 9:35). Como Maestro, Jesús interpretó y aplicó correctamente la Palabra de Dios a la gente de su generación. Así que, la iglesia tiene en él (en Jesús) un modelo que debe imitar en su peregrinaje para dar cumplimiento a la misión que Jesús le encomendó (comp. 28:20). Es responsabilidad de los predicadores y maestros en cada generación exponer con fidelidad y sensibilidad la Palabra de Dios. Esta exposición debe ser dada tanto de manera verbal como no verbal, con palabras y con un estilo de vida coherente con el mensaje.

Pero para ubicar bien el episodio del Sermón del Monte (Mateo 5:1-7:29) es importante comprender un poco la estructura general de este Evangelio. La trama de la narrativa de Mateo gira alrededor de la persona y obra de Jesús, el Mesías prometido, no sólo para el pueblo de Israel sino para todos los pueblos. Alrededor de este personaje se desarrolla un conflicto antagonizado fundamentalmente por los escribas y los fariseos, líderes religiosos del pueblo de Israel, quienes desde el comienzo hasta el final de la narrativa muestran que no están dispuestos a aceptar a Jesús como el Mesías. En consecuencia, rechazan su mensaje y sus obras. Jesús, por su parte, escoge un reducido número de discípulos que junto con él son protagonistas de los escenarios y episodios que se van desarrollando a través de la narrativa. Con abundantes y frecuentes citas del Antiguo Testamento, el autor demuestra el cumplimiento de las promesas mesiánicas en Jesús, y frecuentemente abre espacios para que ese Mesías encuentre cabida en todas las personas, tanto las excluidas dentro del pueblo de Israel como a los demás pueblos. La aparente derrota mediante el episodio de la cruz, es eliminada por el episodio de la resurrección. El triunfo del crucificado se declara en su último mensaje: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones… (28:18, 19). Así que, El Mesías y su mensaje es para todos los pueblos. En su relato, el evangelista interpreta el nombre Emanuel como Dios con nosotros (1:23) y Jesús mismo les promete a sus discípulos que estará con ellos siempre, hasta el fin del mundo (28:20). Por medio de Jesucristo, Dios se hizo presente para quedarse entre nosotros.

El autor del Evangelio se propone retar a sus destinatarios para que continúen decididamente la obra de Jesús, por cuanto él es el Mesías prometido a su pueblo. Para este fin presenta a Jesús no sólo como el Mesías prometido, sino como un modelo de servicio integral al ser humano. En este sentido, Mateo muestra la manera como Jesús desarrolló su ministerio, el cual resume con estas palabras: Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia (9:35 comp. 4:23).

Es interesante notar cómo en los primeros nueve capítulos del Evangelio se desarrolla esta trilogía en la acción ministerial de Jesús: Proclamar, enseñar y sanar al pueblo. Desde la perspectiva del narrador, los primeros cuatro capítulos reflejan de diferentes maneras el aspecto de la proclamación del reino a todos los pueblos. Los capítulos cinco al siete muestran a Jesús dando su enseñanza mediante la correcta interpretación y aplicación de la ley, en la cual se incluye a todos los pueblos. Y en los capítulos ocho y nueve se muestra como Jesús se dedicó a sanar toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo, en todos los ámbitos de la vida y sin distingo ni discriminación de ningún tipo.

El episodio que constituye este primer discurso (el Sermón del Monte) dentro de la narrativa de Mateo muestra la autoridad de Jesús como el Mesías para ser conductor del pueblo, pues les enseñaba con autoridad. Este episodio muestra que Jesús comprende bien la Palabra de Dios, la obedece y enseña a otros a obedecerla (comp. 5:17-20). De acuerdo con la narrativa, Jesús ya había desarrollado con cierta amplitud su ministerio, de modo que Mateo podía dar un resumen de éste (4:23-25); y había llamado a sus primeros discípulos, de manera que era necesario enseñarles (4:18-22). Así que, con este discurso Jesús se propone instruir a sus discípulos respecto a la conducta que deben asumir como ciudadanos del reino de Dios. Esta conducta se resume en la obediencia a la Palabra de Dios, que es en esencia el mensaje dado a través de este primer discurso registrado en este Evangelio (comp. 5:19; 7:24-27).
Ahora es necesario que volvamos al texto base de estas reflexiones. Recordemos la evaluación que Mateo hace del discurso: las multitudes se asombraban de la enseñanza de Jesús (v. 28b), porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley (v. 29). Mientras oían la enseñanza, los oyentes de Jesús seguramente pensaban en los maestros de la ley que ellos conocían y la manera como estos la enseñaban. Los escribas y los fariseos tenían conocimiento de las Escrituras, pero no la explicaban ni la aplicaban como lo hacía Jesús.

Para ahondar en estas reflexiones es importante hacer algunas observaciones más precisas respecto al texto y su contenido. Lo primero que se debe observar es la manera como Mateo se expresa referente a la reacción de los oyentes: las multitudes se asombraban de su enseñanza (la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, v. 28b [Dios Habla Hoy]). Jesús les resultó un predicador fuera de lo común. ¡Un predicador fuera de serie! Al final del discurso, los oyentes no pudieron esconder su emoción: estaban verdaderamente impresionados, impactados, con lo que acaban de ver y  oír. Cuando Jesús terminó su exposición habían ocurrido ciertos cambios en sus oyentes que no se podían ocultar. Habían sido profundamente impactados y no podían disimularlo. ¡Estaban asombrados de la manera como Jesús enseñaba!

El segundo asunto que se observa tiene que ver con las razones que causaron el asombro y admiración de los oyentes. El relato las presenta como dos grandes conclusiones que se colocan delante a manera de cuadros para compararlas. Por un lado está Jesús y por el otro están los maestros tradicionales del pueblo. Ambos son maestros. Pero ante este discurso, los oyentes se asombraban de la enseñanza de Jesús: Porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de ley (v. 29).

¡Claro que Jesús les hablaba con autoridad! Pero, ¿de dónde venía semejante autoridad? Hay a lo menos cuatro distintivos de Jesús reflejados en la narrativa de Mateo que pueden ayudar a responder esta pregunta. 

1). Jesús era el enviado de Dios. De acuerdo con la presentación que Mateo hace de Jesús en su Evangelio, se nota que la autoridad de Jesús provenía fundamentalmente de su condición de enviado de Dios como el Mesías prometido (comp. 10:40; 15:24). Esto es bastante claro a través de toda la narrativa, en la cual se menciona constantemente el Antiguo Testamento como prueba de su cumplimiento en la persona y obra de Jesús (comp. 1:23; 2:15, 17, 18, 23; 4:12-16; 8:16, 17; 12:15-21:13:13-15; 21:4, 5). Jesús es el enviado de Dios, tal como lo habían predicado los profetas. ¡Un enviado tiene la autoridad de quien lo envía! Por eso, Jesús les enseñaba como quien tenía autoridad.

2). Jesús centró su vida en la Palabra de Dios. Con propiedad puede decirse que la autoridad de Jesús provenía de su apego a la Palabra de Dios mediante su constante obediencia. A través de toda la narrativa se puede comprobar que Jesús enseñaba y actuaba apegado a la Palabra de Dios. Esta característica de Jesús se nota con mayor fuerza especialmente a través del discurso registrado en los capítulos 5 al 7 del Evangelio. Aquí se nota con claridad que Jesús no solamente conocía Las Escrituras, sino que él mismo era el cumplimiento de ellas y a la vez las obedecía en su diario vivir (comp. 5:17-20). No debemos pasar por alto el hecho que un predicador que no obedece la Palabra de Dios carece de autoridad y no merece ser llamado predicador del evangelio.

3). Jesús fue fiel intérprete de la Escritura. No hay duda que la autoridad de Jesús que sintieron los oyentes provenía de su correcta interpretación y aplicación de la Palabra de Dios, en contraposición con la práctica de los maestros de la ley que ellos conocían. Jesús enseñaba y vivía la Palabra de Dios. Los seis ejemplos específicos que se presentan en 5:21-48 no dejan lugar a dudas. Con una seguridad y sencillez nunca vistas, pero con autoridad, Jesús expuso el verdadero significado de la Palabra de Dios (La Ley) en una diversidad de temas pertinentes que se presentan a través del discurso. Jesús habló a las necesidades del pueblo, en el lenguaje del pueblo, mediante la exposición sencilla de la Palabra de Dios. Esto, sin duda, fue una de las cosas que más impresionó a los oyentes: su manera de enseñar, pues les enseñaba como quien tenía autoridad. Un predicador que no interpreta y aplica con fidelidad y sensibilidad la Palabra de Dios, carece de autoridad en su mensaje.

4). Jesús era una persona íntegra. Evidentemente, la autoridad de Jesús provenía no sólo de la claridad de su mensaje, sino de su carácter como persona. Esto se nota especialmente en la coherencia entre lo que decía y hacía, en su prédica y su conducta. Por ejemplo, en este discurso (capítulos 5 al 7) Jesús desafía a sus discípulos que hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo (5:16). Jesús dijo a sus discípulos que debían hacer buenas obras. Según la narrativa de Mateo, los capítulos 8 y 9 están repletos de las buenas obras de Jesús, mediante las cuales satisface las necesidades humanas de una manera integral. En este contexto, Mateo escribe que la multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber dado tal autoridad a los mortales (9:8). Y no sólo esto, sino que la multitud se maravillaba y decía: Jamás se ha visto nada igual en Israel (9:32). Jesús decía y hacía; predicaba con sus palabras y con sus hechos. Jesús era un hacedor de la Palabra. Un predicador que no refleja coherencia entre sus dichos y sus hechos, carece de autoridad.

Hay un tercer asunto en el cual se hace hincapié en el texto que estamos considerando: Jesús les enseñaba como quien tenía autoridad y no como los maestros de la ley (v. 29b). No se dice de manera explícita cómo enseñaban los maestros de la ley, pero de manera indirecta el texto parece indicar que estos no tenían autoridad propia en su enseñanza. Aparentemente, los maestros de la ley se limitaban a enseñar según la autoridad de sus rabinos antepasados y no según su propio examen, reflexión y aplicación de la Escritura. Es decir, no tenían autoridad propia en su enseñanza; su enseñanza no era más que la repetición de “los comentarios” y no su análisis personal, contextual y experiencial de las Escrituras. Por supuesto, tampoco tenían autoridad moral. Exigían a los demás, pero ellos mismos no hacían lo que enseñaban (comp. Mateo 23:2-4).

Hay un cuarto asunto que también merece nuestra consideración. El texto hace un hincapié doble: habla de Jesús como el predicador, el que dio el discurso; y habla también de la multitud, de los discípulos, quienes oyeron el discurso. Hay un emisor y unos receptores; un maestro y unos alumnos, un predicador y unos oyentes. Así que, este discurso deja un mensaje no solamente para los predicadores y maestros de la iglesia hoy; también hay un mensaje para los oyentes. Debemos preguntarnos no solamente cómo predicamos o exponemos la Palabra de Dios, sino también cómo oímos las exposiciones y cuáles son nuestras reacciones a las enseñanzas y sermones que oímos frecuentemente. La exposición fiel de la Palabra de Dios y la reacción de los oyentes a ella, son dos asuntos que van de la mano. La exposición fiel debe generar cambios verdaderos y duraderos en los oyentes. Por supuesto, los cambios duraderos ocurrirán sólo cuando en la predicación haya fidelidad a la Palabra de Dios y sensibilidad a las necesidades humanas.

Con su enseñanza, Jesús expuso el verdadero significado de las Escrituras. Ésta también ha sido y es la responsabilidad de los predicadores y maestros que el Señor ha puesto en la iglesia. Claro que Jesús tenía una autoridad única: él es Emanuel, él es Dios con nosotros. Es claro también que los predicadores y maestros de la iglesia hoy no son una réplica de Jesús, pero él les ha dejado la misión (junto con toda la iglesia) de hacer discípulos enseñándolos a obedecer todas las cosas que él ha mandado (Mateo 28:20). Aunque Jesús no se encuentra personalmente entre nosotros, él prometió a sus discípulos que estaría con ellos todos los días. Él está con nosotros a través del Espíritu Santo que nos ilumina para la comprensión de la Palabra de Dios y nos guía a la verdad. Por otra parte, la iglesia no puede ser indiferente. Debe aprender a oír la Palabra de Dios, así como también debe aprender a ser sensible a las necesidades humanas. Tenemos que reflexionar sobre lo que estamos oyendo cada semana a través de los predicadores y maestros; también tenemos que reflexionar sobre lo que está pasando a nuestro alrededor. ¡No deberíamos ser iguales después de escuchar la exposición de la Palabra de Dios! El sermón debe hacer un efecto profundo en quienes lo oyen. Como bien lo dijo alguien: “El sermón debe acomodar a los desacomodados y desacomodar a los acomodados.”

¿Cómo debemos concluir, entonces, estas reflexiones? Parece que hay básicamente dos cuestiones, dos enseñanzas fundamentales para nosotros, que se derivan de Mateo 7:28 y 29. Una está basada en las razones dadas para la reacción de los oyentes y la otra en la reacción propiamente dicha que ellos tuvieron a la enseñanza de Jesús. Una hace hincapié en el expositor, la otra en los oyentes. Por un lado se hace evidente la fidelidad y por el otro la sensibilidad.

La primera gran enseñanza derivada del texto es que la autoridad del predicador/a se basa en su comprensión de las Escrituras y en la obediencia que demuestra a ella. Esto significa que el predicador/a (maestro/a, teólogo/a) debe interpretar correctamente la Palabra de Dios y debe vivir conforme al mensaje que predica. Pero el predicador/a también necesita interpretar la realidad de sus oyentes, a fin de responder con la Palabra a sus necesidades en las realidades cotidianas de la vida. El predicador no habla en el vacío, no da respuestas a preguntas que la gente no se está haciendo. Por otra parte, desde el punto de vista del predicador o maestro, la Palabra de Dios debe ser dada con autoridad. Pero esta autoridad no está en el predicador en sí, sino en la fiel interpretación y pertinente aplicación de la Palabra de Dios. En este sentido, el predicador/a se presenta con autoridad verbal por cuanto ha trazado bien la Palabra, y con autoridad moral por cuanto vive lo que predica.

La segunda gran enseñanza derivada del texto es que la exposición fiel de la Palabra de Dios debe hacer impacto transformador en los oyentes. La responsabilidad del predicador/a es exponer la Palabra de Dios, no sus ideas ni las ideas que otros presentan sobre esa Palabra. Esto exige del predicador tanto un dominio amplio respecto a la comprensión de las Escrituras, como del público al cual se propone predicarla. Sin estas dos dimensiones, será difícil que pueda hacer exposiciones y aplicaciones pertinentes de la Palabra. La exposición fiel de la Escritura no es un discurso aislado de la realidad, sino encarnado en ella. En otras palabras, es responsabilidad del predicador exponer el texto en el contexto de las necesidades humanas y éstas deben ser satisfechas. Los oyentes no deben ser iguales después de oír la exposición fiel de la Palabra de Dios, así como el predicador tampoco debe ser igual después de reflexionar sobre el texto base de su exposición. No debemos olvidar que en la verdadera predicación están unidas la fidelidad y la sensibilidad; fidelidad al texto y sensibilidad a las necesidades humanas.

En la predicación hay, entonces, una responsabilidad doble: la comprensión y aplicación de la Palabra. Por una parte está el expositor que tiene la responsabilidad de ser fiel a la verdad y exponerla con claridad y caridad; y por la otra está el oyente que tiene la responsabilidad de prestar oído a la verdad y asumir compromiso con ella. Tanto uno como el otro tienen que ser obedientes a la Palabra de Dios. Desde el punto de vista del predicador, la Palabra debe ser interpretada y comunicada con fidelidad; y desde el punto de vista del oyente, la Palabra de Dios debe ser oída y recibida con humildad, para obedecerla. La Palabra de Dios es la autoridad para la conducción de la vida de los seres humanos por caminos de bendición; pero esto es posible sólo cuando se comprende, se oye y se obedece.[7]

¿Y qué haremos ahora con estas enseñanzas derivadas del texto estudiado?  Como un punto de partida, reflexione sobre las siguientes sugerencias:
1). A través de todo el discurso registrado en Mateo 5 al 7 se hace hincapié en la coherencia entre la fe y la práctica de la fe, entre el seguimiento a Jesús y la obediencia a la Palabra de Dios. En este último texto, donde Mateo evalúa los resultados de la exposición de Jesús, también se hace el mismo planteamiento. Pero ahora se aplica específicamente al expositor. Bien puede decirse, entonces, que este texto se aplica a los predicadores/as y maestros/as (teólogos/as) de la iglesia contemporánea. Un maestro de la predicación ha dicho que Predicar es satisfacer necesidades humanas, a través de la verdad divina, mediante una personalidad escogida.[8] Estos tres asuntos se ven reflejados en Jesús y deberían verse en cada predicador y maestro de la iglesia hoy. Los predicadores tenemos que reflexionar sobre esto y contestarnos con franqueza si en nuestra predicación estamos exponiendo con claridad las Escrituras y si estamos respondiendo verdaderamente las necesidades de los oyentes.

Por otra parte, los oyentes también tienen que reflexionar sobre lo que están oyendo. El punto central de esta reflexión es que en nuestro liderazgo eclesial debe haber muestras claras de comprensión de la Escritura y de obediencia a ella. La pregunta aquí entonces es: ¿Qué tipo de personas son los predicadores y maestros que tenemos en nuestras iglesias? ¿Se demuestra que comprenden bien la Escritura? ¿Se demuestra que viven de acuerdo con la Escritura? Si establecemos una escala del 1 al 10, ¿qué números marcaría usted para evaluar al líder principal (pastor, maestro) de su iglesia respecto a la comprensión que éste tiene de la Palabra de Dios y su vida de obediencia a ella? ¡Muy bien! Ahora haga un comentario acerca de los dos números que marcó. ¿Cuál es su base o criterio para marcar estos números? ¿Piensa que ha sido objetivo en su apreciación?

Por otra parte, si usted mismo es líder, pastor o maestro, piense en la manera como podría mejorar su manejo de las Escrituras tanto para su alimentación personal como para la alimentación del rebaño. Por ejemplo, ¿cuándo fue la última vez que tomó un curso de análisis bíblico, o de comunicación o de teología? Abra un espacio en su agenda semestral o anual para tomar algún curso de mejoramiento profesional, a fin de “ponerse al día” para ejercer mejor el ministerio. ¿Qué razones tendría usted para no tomar en cuenta esta sugerencia?

2). Pero no solamente se debe pensar en los líderes, los predicadores/as y maestros/as. Hay una responsabilidad en los oyentes. Los oyentes debemos oír con nuestros oídos, no con los oídos de otros. Debemos ver con nuestros ojos, no con los ojos de otros. Es fácil murmurar en silencio con ideas como estas: qué bueno que fulano está oyendo este sermón, o qué lastima que sutano o mengano no vino esta mañana, este sermón era para él. Esta no es una actitud correcta, no es una actitud humilde. Necesitamos oír la exposición de la Palabra para nuestra propia alimentación y crecimiento cristiano; para la rectificación y orientación de nuestra propia vida. Los oyentes también necesitamos comprender y obedecer la Palabra de Dios; necesitamos comprender lo que Dios quiere decirnos a través de las exposiciones que oímos de su Palabra, y necesitamos encontrar la manera cómo ponerla en práctica en nuestra vida en la realidad en la cual estamos inmersos.

Para profundizar más su reflexión acerca de estos dos asuntos, hagamos de nuevo una escala del 1 al 10 para que usted se evalúe como oyente. ¿Qué número marcaría respecto a su capacidad y disposición que tiene para oír y obedecer la Palabra que está oyendo en las exposiciones que se presentan en su iglesia? ¡Muy bien!  Merece una felicitación por su valentía para autoevaluarse. Ahora haga unos comentarios, con la mayor honestidad y la menor subjetividad posibles, a través de los cuales se reflejen unos indicativos de que su auto-evaluación se ajusta a la verdad. Por ejemplo, ¿cuáles son algunos éxitos y algunos asuntos mejorables en su conducta como consecuencia de haber escuchado con atención la exposición de la Palabra de Dios? ¿Cuáles pasos puede dar a partir de hoy para mejorar su vida como seguidor de Jesucristo?  Una vez dada la exposición de la Palabra de Dios deben generarse cambios en los oyentes. ¡No deberíamos ser iguales después de oír una exposición de la Palabra de Dios! Por que la exposición fiel de la Palabra de Dios debe transformar la vida de los oyentes


[1]Da la impresión que la multitud guardó silencio mientras Jesús exponía su enseñanza; y cuando concluyó hubo todo tipo de comentarios que comparaban esta manera de enseñar con la manera como lo hacían los escribas y maestros de la ley. Además, el comentario de Mateo sugiere que este es un solo discurso y no una colección resumida de diversos discursos de Jesús.
[2]Hay que recordar que el texto de este discurso, aunque lo hemos tratado como prosa argumentativa (como en efecto lo es), sin embargo está dentro de un libro escrito predominantemente en prosa narrativa. Todo el texto de Mateo 5:1-7:29 es un solo episodio dentro de la narrativa. Pero el sermón propiamente dicho está en 5:3-7:27. Los versículos de 5:1-2 y - 29 son la introducción y la conclusión respectivamente que el narrador presenta referente al discurso de Jesús.
[3]Claro que es muy importante descubrir lo que quería enseñar Jesús con su discurso, pero hay dos momentos diferentes que se deben tomar en cuenta. Se debe tomar en cuenta el momento cuando Jesús expuso su discurso en un contexto determinado y se debe tomar en cuenta también el momento y su contexto cuando Mateo escribió su libro en el cual insertó el discurso.
[4]Es bastante evidente que los personajes principales en este episodio son Jesús y los discípulos; y los personajes secundarios son la multitud y, de manera indirecta, los maestros de la Ley.
[5]Lo hace así porque su público original es fundamentalmente judío, pueblo que tenía un alto aprecio por la Ley, los Salmos y los Profetas.
[6]El ministerio de Jesús lo resume Mateo en tres grandes aspectos: La proclamación del reino de Dios para que los seres humanos se vuelvan a su comunión, la enseñanza de la Palabra de Dios para que conformen su vida a los valores del reino y la salud integral de los seres humanos para que vivan a plenitud ahora y en la eternidad.
[7]Muchos años antes de este discurso, el salmista lo había comprendido bien: Dichoso el hombre que no sigue el camino de los malvados… sino que en la ley del Señor se deleita… (Salmo 1).
[8]Oswaldo Mottesi, en Predicación y Misión, una perspectiva pastoral. Logoi, 1989, página 45.

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